Mary Kingsley: cómo viajar a África con una bolsa de té, un cepillo de dientes y un peine

La serenidad y empatía que trasmiten sus escritos son aún fuente de inspiración viajera.

Mary Kingsley: la gran exploradora de África

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Dijo Virginia Woolf que para ser escritora era necesaria una habitación propia y 500 libras al año. La literatura permitía el anonimato, pero el viaje implicaba una afirmación física en un mundo exclusivamente masculino. Si el objetivo era científico, a los obstáculos materiales y sociales se añadían las carencias en educación formal frente a sus colegas.

Mary Kingsley nació en 1862 en Londres. Su padre era un médico conocido por sus terapias viajeras. Como parte de los tratamientos prescritos, recorrió con sus pacientes España, el Pacífico y acompañó a Custer en la expedición contra los sioux en la que se basó Murieron con las botas puestas. Su crónica de viajes Burbujas de los Mares del Sur logró un gran éxito editorial.

Mary creció rodeada de relatos, pero la moral victoriana establecía que una joven de su entorno no requería estudios formales. Su inquietud suplió la ausencia de formación secundaria con la amplia documentación histórica y geográfica que albergaba la biblioteca familiar.

Mary Kingsley siempre mantuvo una visión poética de lo que le rodeaba

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Cuando alcanzó la madurez, Kingsley no pudo dejar de plantearse el porqué de la diferencia entre la educación de su hermano, que estudió derecho en Cambridge, y la suya, que se limitó al aprendizaje del alemán y cursos de enfermería que abandonó cuando su madre cayó enferma.

Por fortuna, los cuidados que le correspondía prestar como hija soltera no se prolongaron. Sus padres murieron antes de que esta cumpliese treinta años. La considerable cuantía que le proporcionó la herencia le permitió cumplir el sueño viajero que los deberes filiales le habían impedido.

"Por primera vez en mi vida me encontré en posesión de cinco o seis meses que no estaban determinados por otros y, sintiéndome como un niño con media corona, divagué sobre qué hacer con ellos", escribió.

Su imaginario había tomado forma en las crónicas de los exploradores del continente africano: Burton, Speke, De Brazza. Pero en 1893 era desconcertante que una mujer viajase sola a África negra. Mary ignoró las advertencias.

Imagen del libro de Kingsley, Estudios sobre África Occidental

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EXCESO DE EQUIPAJE

En su primer viaje se equipó con exceso: un saco de tejido impermeable con sábanas, botas de cuero, un revólver, un cuchillo; material fotográfico; ropa como la que vestía en Londres; un diario personal y otro científico; botes de formol para conservar especies autóctonas.

Embarcó en Liverpool en una nave mercante rumbo a Sierra Leona. Solo había otras dos mujeres a bordo, y ambas abandonaron la embarcación en las Islas Canarias.

"En mi primer viaje, no conocía la costa, y la costa no me conocía. Nos aterrorizábamos mutuamente". Al llegar a Freetown se sintió cohibida por el tráfico humano y animal en las calles, por la confusión del mercado, por el ruido.

Se alojó en casa de un agente comercial británico y, cuando superó el primer impacto, emprendió la exploración de la costa del golfo de Guinea hasta Luanda, en Angola, y se internó en la actual Nigeria.

Estudios sobre África Occidental

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Viajaba sola, con la ayuda de guías y porteadores nativos. Su objetivo era investigar las costumbres de los pueblos locales. Era consciente de sus lagunas en materia etnográfica y, por ello, no se consideraba antropóloga.

Sus referentes eran Burton, el explorador, y los escritos de Edward Burnett Tylor. Este consideraba las creencias animistas de los indígenas como una forma de comprensión del entorno alternativa a la ciencia y la razón.

Kingsley enfocó su labor científica desde la observación participativa, lo que exigía la convivencia con las tribus que estudiaba. Fue una de las primeras etnógrafas que llevó a cabo un verdadero trabajo de campo y una precursora de la antropología cultural.

La vida en la espesura provocó, entre otros episodios, un enfrentamiento con un leopardo que golpeó con una jarra de agua y una constante lucha contra los insectos.

“Una de las peores cosas que se puede hacer en África Occidental es reconocer la existencia de un insecto. Si se ve algo que parece una langosta voladora es mejor no prestarle la menor atención; mantener la tranquilidad y confiar que desaparezca. No hay ninguna posibilidad de victoria en un combate cuerpo a cuerpo.”

Mary Kingsley (1862-1900)

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PECES Y CANÍBALES

El retorno a Inglaterra tuvo como objetivo lograr financiación para su siguiente viaje. Redactó un manuscrito a partir de sus diarios que presentó a Macmillan, el editor, e hizo entrega de los peces conservados en frascos de formol a Günther, encargado del área de zoología en el Museo Británico.

Este mostró interés por la zona entre los ríos Congo y Niger, aún inexplorada. La etnógrafa y exploradora sumó a estos apoyos a Sir George Goldie, director de la Royal Niger Company, que defendía los intereses británicos en la región.

En diciembre de 1894 Mary embarcó con Lady Macdonald, la mujer del gobernador del Protectorado de Níger, que comprendía el sur de la actual Nigeria.

Equipada por Günther para la recogida de peces, Kingsley tenía como objetivo investigar las tribus caníbales que habitaban en Gabón, entonces parte del Congo francés.

Apoyándose en las misiones y agencias comerciales, remontó los cursos fluviales en expediciones que reflejó en clave lírica en sus diarios.

“El gran río oscila en torno a un camino marcado en plata. A los lados se eleva la oscuridad de los muros de manglar y, sobre ella, la vegetación abraza una franja de estrellas.”

A pesar de la dureza del viaje, su mirada se alejó de la de su contemporáneo, Joseph Conrad, que, en El corazón de las tinieblas, volcó el terror que le inspiró el interior del continente negro. Kingsley mantuvo la visión poética que le permitía la cercanía a las tribus y su capacidad de observación y comprensión.

En la primera incursión llegó hasta la región de Calabar. Allí conoció a Mary Slessor, misionera que, en solitario, había asumido las costumbres locales. Acogía a las mujeres que, por haber dado a luz a mellizos, eran asesinadas junto a sus hijos por creer que habían yacido con un espíritu maligno. Con ella, Mary luchó contra una epidemia de tifus.

Mary Slessor junto a unos niños adoptados

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En la siguiente expedición remontó el río Ogooué. Desde la misión de Talalouga emprendió un viaje que la llevó a través de ciénagas y áreas inexploradas de la selva tropical para llegar a los fang , un pueblo supuestamente caníbal.

Redujo su equipaje a una bolsa de té, su equipo científico, un peine y un cepillo de dientes. Viajó a pie y en canoa, que aprendió a pilotar y cuya comodidad exaltó en sus escritos.

“Cuando las circunstancias externas son razonables, no hay forma de navegación que sea tan agradable. El movimiento rápido y deslizante de una canoa bien equilibrada es algo más que comodidad, es un placer.”

En el camino encontró elefantes, cocodrilos, gorilas, hipopótamos y monstruosas sanguijuelas. Tras atravesar el territorio fang, cuyas costumbres estudió, escaló los 4.000 metros del monte Camerún.

Volvió a Inglaterra con cientos de páginas de notas etnográficas, 65 especies desconocidas de peces y 18 de reptiles.

ASALTO AL ORDEN COLONIAL

El retorno de Kingsley marcó el inicio de la controversia. Desde la posición que le proporcionó su notoriedad como exploradora atacó la visión eurocéntrica de África. Negó la superioridad del hombre blanco y defendió la diferencia cultural frente a la generalmente aceptada diferencia racial.

Criticó la aculturación que llevaban a cabo tanto los misioneros como las autoridades coloniales, así como la falta de información de la prensa en lo referente a asuntos africanos.

Su punta de lanza fue la poligamia, que reivindicaba como un rasgo legítimo de las tribus locales. No se involucró en el movimiento feminista. Su batalla tenía un único objetivo: la protección de las culturas de África Occidental.

A pesar de ello fue consciente de su vulnerabilidad como mujer y científica. Fue atacada por asumir una actitud masculina en sus investigaciones sobre los fang. Negó la acusación de haber vestido pantalones en sus expediciones y, cuando su editor comentó que su estilo en Viajes en África Occidental no era femenino, se mostró ofendida.

Cuando estalló la Guerra de los Boers se presentó voluntaria como enfermera. Murió de fiebres tifoideas en la actual Sudáfrica con treinta y ocho años. La serenidad y empatía que trasmiten sus escritos son aún fuente de inspiración viajera.

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