Bari, un regalo griego en el tacón de Italia

La capital de Apulia, encrucijada de culturas

La ciudad de Bari posee algunas de las mejores joyas arquitectónicas de Apulia.

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Quién iba a contaros ahora que el hogar de Santa Claus no se encuentra bajo las coníferas de la taiga lapona, sino bañado por las olas del Adriático; la historia del alto hombre de barba blanca que acude a lomos de su caballo cargado con regalos para todos los niños del mundo comienza en Bari, la capital de Apulia.

Sin embargo, antes de proseguir, es preciso prevenir al visitante de que, antes de realizar cualquier tipo de juicio sobre la ciudad que se dispone a descubrir, deberá eludir y obviar el ensanche moderno que se abre al sur del Corso Vittorio Emmanuele. Insulsa y atestada por el tráfico, la Bari moderna de calles cuadriculadas y edificios de dudosa calidad edilicia funciona como envoltorio opaco del regalo que esconde una vez superado el shock inicial: la Bari añeja, Bari Vecchia.

Bari, todo el encanto de la Puglia

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A este rincón de la capital de Apulia puede accederse por varias puertas abiertas en la muralla, o entre ajados edificios. Una opción “a la romana” es hacerlo a través de un ramal de la Via Appia Traiana, que se interna en la ciudad bordeando la costa sureste, y termina a los pies del viejo puerto. El seguro abrigo natural que ofrece la ensenada sur de la península sobre la que se asienta Bari Vecchia ha sido la causa de su fortuna, pero también de numerosas desgracias.

Ahora, sobre sus aguas se asienta el Teatro Margherita, único en Europa en descansar sobre palafitos. Ante nosotros se presenta la primera paradoja de una ciudad, y un país, Italia , plenos de ellas; donde ahora se alza un representante del arte y la cultura, tuvieron lugar sangrientas batallas por el control del puerto, el mismo sobre el que ahora se exhiben exposiciones (el Teatro Margherita aloja desde 2009 el Museo de Arte Contemporáneo de Bari) . ¿Cuál fue siempre la causa de tales luchas? La privilegiada ubicación marítima de la ciudad, considerada durante siglos como “la puerta de Oriente”.

El Teatro Margherita es una prueba de que no solo de historia vive Bari, sino que también es una fuente de arte y cultura.

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Bari es una ciudad adriática, pero mira al Egeo como el hijo al padre, y el pobre al rico; de allí provendrían las reliquias, las especias, las riquezas, las naves y los hombres que harían de Bari una ciudad deseada e invadida tanto por bizantinos, normandos, duques italianos y emperadores alemanes, como por los reyes de España, Francia, y los sultanes de Estambul.

La presencia de tan ilustres pueblos entre las calles empedradas de Bari Vecchia se deja sentir desde la arquitectura de los vetustos palacios y las escondidas iglesias, hasta en la gastronomía local, repleta de guiños a sabores orientales. La piedra blanca de Apulia sirve como escudo pictórico contra el sol mediterráneo que cruza el celebérrimo cielo del tacón de Italia sin nubes que franqueen su paso.

No sucede así al pasear por Bari Vecchia, que ofrece al viandante un laberíntico trazado, incólume herencia de su arquitectura islámica. Los patios interiores de las viviendas rebosan vida, y mientras los niños juegan entre los geranios, los jazmines y las buganvillas, las nonne se afanan sobre largas mesas de madera para confeccionar los coquetos orecchiette , un tipo de pasta con forma de oreja infantil.

Las orecchiette son una pasta típica de Apulia que imita la forma de una oreja, de ahí su nombre

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Y así, mientras solo pensamos en comer, nos cruzamos con la coqueta iglesia de San Marco de los Venecianos, en pleno centro medieval. La conexión entre Bari y la ciudad de la laguna se remonta al año 1002, cuando los venecianos aparecieron para liberar a los bareses de un prolongado asedio musulmán. Desde entonces, la amistad fue a más, y los marinos venecianos encontraron en Apulia algo que los marineros de Bari ya utilizaban en sus travesías marítimas: los citados orecchiette .

Gracias a esta pasta, la primera de la cual se tienen registros (ya aparecen mencionadas las “orejitas” en documentos del siglo XII) , los marineros de Bari se habían asegurado un rancho barato, duradero y sustancioso para sus tripulaciones, y podían permitirse navegar hasta lugares tan alejados como Mira (actual Demre, Turquía) . Hasta esta ciudad turca llegaron unos marineros bareses en el año 1087 portando el primero de los regalos que harían de Bari famosa en toda Europa. Tras cerrar sus negocios en Mira, retornaron a su patria portando consigo las reliquias del venerado San Nicolás.

Como un regalo del mar a la ciudad, los huesos del santo (que en los países de tradición ortodoxa es quien se encarga de entregar los presentes navideños) descansan junto al Mediterráneo, en el lugar donde los bueyes que las arrastraban decidieron detener sus pasos. Mientras sostengo un delicioso helado de nocciola frente a la blanca fachada de la basílica, entre dulces lengüetazos, contemplo las bellas estatuas de estos mismos bueyes que vigilan a los visitantes a la sombra de los arcos de medio punto.

La capital de Apulia, encrucijada de culturas

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La basílica de San Nicolás es un regalo para la vista: guarda las mejores muestras de escultura del elegante románico pullés, y su propia arquitectura, que conserva la apariencia de fortaleza que tuvo en tiempos bizantinos, posee también una fuerte impronta noreuropea. Las torres que flanquean su fachada, altas y recias, parecen un presente llegado desde la lejana Normandía. Estos son algunos de los regalos que unos y otros pueblos dejaron en Bari, como también lo son el cálido sol que incita al paseo, y el mar azulado que invita al baño.

Antes de la construcción de la carretera que bordea las murallas de la ciudad, las olas lamían el ábside de la basílica de San Nicolás, pero hoy en día, desde su majestuoso interior aún puede oírse el murmullo incesante de las olas. Por eso, sudoroso, y aún obnubilado por lo visto hasta ahora, me lanzo por las callejuelas en busca de una playa, un espigón, o un remanso de agua donde probar el refrescante Mediterráneo.

Paseo bajo las arcadas de los palacios barrocos, firma de los ilustres potentados de la monarquía española que hicieron fortuna en Apulia, mientras esquivo mesas abarrotadas y camareros sudorosos. De noche, estas mismas terrazas que miran al mar, así como los patios ajardinados escondidos entre plazuelas bullirán de elegantes paseantes ansiosos por aliviar las sedientas gargantas con cerveza fría y seco amaro.

Perderse entre las calles de Bari es uno de los mejores planes.

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Más tarde podría comprobar cómo la noche de Bari Vecchia no vibra, sino que respira, como un viejo pescador en una noche de calma, asomado al malecón del puerto. He visto regalos para el gusto, la vista, el tacto y el oído, pero parece que Bari se resiste a ofrecerme el chapuzón que tanto busco.

Las almenas del castillo normando me instan a dar la vuelta, amenazadoras, y encaro el amplio malecón que mira al Adriático, buscando grietas. “Bari no tiene playa, porque no la necesita”, me explica Gaetano, un sesentón de cano pelo en pecho, que se pasea semidesnudo por el malecón de la ciudad. Al ver mi rostro perlado por el sudor, me señala un puesto escondido bajo la sombra de las palmeras, y me indica que allí venden el mejor batido de yogur de la ciudad, frío como el hielo.

Encontrar lo mejor de Grecia en Italia bien compensa no encontrar una cala, me digo mientras degusto el regalo que Bari me ofrece a la sombra de las murallas. De pronto, vuelvo a sentir el olor a calamares encebollados y albahaca fresca. Mi estómago ruge, aliviado: la Navidad, en Bari, nunca termina.

Bari Vecchia es el tesoro que se esconde en el corazón de la Bari moderna.

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