Nansen y la búsqueda del Polo Norte

La expedición del noruego entre 1893 y 1896 está considerada una de las grandes epopeyas de la exploración polar.

Nansen y la búsqueda del Polo Norte

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En estos días inciertos que nos toca vivir, viajar se ha convertido en una actividad vedada que debe imaginarse, leerse, y planearse a tiempo vista. Combatir las ganas de moverse quizás sea más sencillo si nos trasladamos a las peripecias, dramas, rescates y aventuras que debieron afrontar quienes, adentrándose en los maravillosos mundos del viaje explorador, excavaron caminos a costa de sufrimiento y espíritu luchador.

Me hubiese gustado titular a este artículo “el peor viaje del mundo”, pero fue Robert F. Scott, la segunda persona en llegar al Polo Sur, quien bautizó así su propia aventura en la Antártida. Spoiler: acabó en tragedia, con Scott llegando por detrás del noruego Amundsen al Polo Sur, y falleciendo de hambre y frío al regresar. Este detalle, la muerte del protagonista, es lo que le diferencia en fatalidad al viaje emprendido por el noruego Fritjof Nansen en 1893, cuando partió de Bergen en busca del mitológico Polo Norte. ¿Cuál de los dos podría considerarse “el peor viaje del mundo”. Saquen sus propias conclusiones con el siguiente artículo, y les invito a jugar a las analogías: Nansen quizás debería haberse quedado en casa.

Nansen y la búsqueda del Polo Norte

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Todo comienza con una pregunta formulada en los círculos científicos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y Noruega. ¿Es el Polo Norte una isla de tierra, un continente aislado cubierto permanentemente por hielo, o bien, se trata de una banquisa a la deriva que lanza de vez en cuando enormes icebergs como el que hundió el Titanic? En 1883, el noruego Fritjof Nansen, un universitario de sólo veintitrés años afincado en Oslo, y con gran interés por la geografía y la zoología de las regiones polares, señala que el Ártico sólo puede tratarse de una banquisa. En Inglaterra le tratan con condescendencia, y ni siquiera en su propio país parecen muy seguros de ello. Nansen, sin embargo, cuenta con una información valiosa: los esquimales de Groenlandia habían encontrado a la deriva el Jeannette, un barco enviado en 1881 por el periódico estadounidense New York Herald, cargado con reporteros que encontrarían la muerte aplastados por los hielos del Ártico. Tres años después, el naufragio resultante de aquella locura perpetrada por un director ávido de exclusivas se mostró al mundo a 2.900 millas náuticas del lugar donde sucedió el naufragio: efectivamente, el Ártico se movía.

Obsesionado con esta observación, Nansen dedicó los siguientes cinco años de su vida a estudiar y prepararse para demostrar su hipótesis: el Ártico era un enorme mar helado. El noruego era un deportista nato, experto esquiador que obtuvo el record mundial de esquí de fondo, que alternó la universidad con el entrenamiento físico necesario para sobrevivir a los rigores del Ártico. Sin embargo, la estabilidad obtenida tras conseguir el título universitario y entrar a formar parte del Museo de Historia Natural de Bergen le provocaron una ansiedad que tenía su origen en su fijación por el Polo Norte. Apartando de su trabajo como zoólogo “de bata”, Nansen se calzó los esquíes en 1888 para acompañar a Otto Sverdrup y cuatro valientes noruegos en la exploración de Groenlandia. Recorrieron quinientos kilómetros por los glaciares infinitos de la “tierra verde”, registraron en sus cuadernos temperaturas de – 45 grados, sobrevivieron a ventiscas y ataques de oso, y debieron buscar refugio en los iglúes de los esquimales, junto a quienes Nansen habitó durante un año. Junto a los inuit aprendió las técnicas de supervivencia que terminaron por convencerle de que sobrevivir al Polo Norte era posible: sólo faltaba volver a Noruega, y convencer a un ingeniero para construir un barco indestructible.

Una vez en Oslo, recién inaugurado el año 1890, Nansen se mira al espejo y ve en él a un joven rubio, de penetrantes ojos azules, que con tan sólo veintinueve años ya es doctor en Ciencias y pionero en la exploración polar. Con semejantes cartas de presentación, el noruego expone sus ideas en diversas sociedades de intelectuales, millonarios apasionados por la ciencia, y afamados profesores de universidad. En Inglaterra volvieron a recibirle con altiva condescendencia, mientras que los estadounidenses se muestran socarronamente escépticos. Sólo Noruega, su país natal, parece dispuesto a escucharle, y entusiasmados por el ímpetu del joven Nansen, le proporcionan 25.000 libras noruegas para lanzarse a la conquista de la banquisa ártica.

Obtenido el capital, el explorador se dispuso a conseguir los medios. Compró treinta y cuatro perros samoyedos, esquíes, provisiones, y reclutó una tripulación de doce hombres que viajarían en un barco, el Fram, concebido y construido para soportar las presiones de la banquisa al congelarse. Su casco, especialmente en la proa, se encontraba reforzado con hierro y acero, mientras que su timón podía recogerse para no ser atrapado por los hielos: era una goleta de tres velas que debería, una vez anclada en la banquisa, demostrar al mundo que el Ártico se movía, y llevar a Nansen al punto más septentrional de la tierra.

Nansen parte de Bergen el 24 de junio de 1893, aprovechando el deshielo para viajar hasta la desembocadura del río Lena, en Siberia. Su intención es ser atrapado por los hielos lo más cerca posible del Polo, por lo que aprovechando el Paso del Noreste, consigue que el Fram se tope con el hielo a una altitud de 77º 14’ Norte. La mañana siguiente al provocado atascamiento, a 660 kilómetros del Polo Norte, Nansen escribe:

“24 de septiembre.

Cuando levantó la bruma, descubrimos que estábamos rodeados de hielo bastante espeso… La región está muerta: no hay vida en ninguna parte, exceptuando una foca y huellas recientes de oso blanco”.

Ilustración de 1897 de la expedición de Nansen de 1893-1896

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Solos en el desierto polar, los marineros preparan el Fram para que la nave pueda soportar el mortal abrazo de la banquisa. Nansen trabaja mientras resuenan en su cabeza las críticas alzadas en su contra: el británico Joseph Hooker, el último superviviente de la expedición de James C. Ross a la Antártida, predijo que el navío era inservible, y que sólo resistiría al bloqueo si el hielo no sobrepasaba su línea de flotación. Más allá fue el general norteamericano Adolphus Greely, quien señaló despectivamente: “Nansen no tiene ninguna experiencia en el Ártico y lleva a sus hombres a la muerte”.

Lo cierto era que todos los tripulantes del Fram tenían buenas nociones del peligro al que se enfrentaban: un océano de hielo de 3 a 4 metros de espesor cuya inmovilidad es sólo un espejismo. Aún sin oleaje, la banquisa polar se encuentra en constante fluctuación gracias a las mareas, el viento y las corrientes oceánicas. Este continuo vagar provocaba aquello que más temían los hombres de Nansen: los hummocks, nombre esquimal para nombrar las crestas de hielo que se alzaban cuando los bordes de los bloques de la banquisa (floes) eran proyectados uno contra otro, y se quebraban formando taludes de hasta cuatro metros de altura. Estas murallas de hielo debían ser las encargadas de abrazar al Fram y transportarlo hacia el norte, demostrando que bajo la nieve no había tierra alguna.

La espera, sin embargo, fue angustiosa, y entre ventiscas y temperaturas glaciales, los marineros fueron testigos de cómo el hielo iba, poco a poco, envolviendo el barco. Nansen narra:

“El hielo entrechoca y se solapa a nuestro alrededor con un estruendo atronador, acumulándose en largos montículos y en taludes más altos que el puente del Fram”

Para más inri, la banquisa arrastra al Fram hacia el sureste, lejos de su objetivo, el Polo Norte. Seis semanas después del bloqueo, tras soportar temperaturas de – 40 grados, Nansen ve a más de mil kilómetros la inalcanzable meta del punto más septentrional del globo terráqueo. El vagar del hielo, sin embargo, se revierte en diciembre, y con el nuevo año el Fram se sitúa, en pleno invierno polar, en el mismo lugar en el que se encontraba hacía dos meses. Nansen y sus hombres han pasado un año en el Ártico, recorrido 330 millas náuticas en brazos de la banquisa, y aún no han conseguido sobrepasar los 85º de latitud norte.

El noruego, resuelto a conseguir el objetivo primordial de la expedición, no baja los brazos: acompañado por Hjalmar Johansen, un exitoso deportista olímpico y buen amigo de Nansen, junto con tres trineos, dos kayaks y veintisiete perros, emprende la carrera hacia el Polo Norte. Abandonaron el Fram el 14 de marzo de 1895, dos años después del comienzo de su viaje desde Bergen. Atrás quedó la tripulación, atrapada por un largo invierno en el que seguirían tomando muestras de temperatura, profundidad y latitud. Mientras tanto, Nansen y Johansen debieron soportar a la intemperie mínimas de – 50 grados, sabedores de que no encontrarían al barco encallado en su viaje de regreso: el Fram llegaría a Oslo un año después, en verano de 1896.

Hjalmar Johansen y Nansen, caminando sobre el hielo en busca del Polo Norte

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Nansen y Johansen nunca pensaron regresar al Fram: su destino directo era el polo, y después, las islas de la Tierra de Francisco José, frente a la Siberia rusa. El itinerario sumaba un total de 1852 kilómetros entre grietas, hummocks, osos blancos y temperaturas glaciales, y Nansen confiaba en poder afrontarlo en cuatro o cinco meses. Los noruegos se cargan con víveres para cien días; de acuerdo con la dura ley del Ártico, los perros serían ejecutados a medida que avanzaban para servir de alimento a los otros. La primera etapa, 667 kilómetros hasta el invisible punto que marcaba el Polo Norte, se convierte en eterna. El 8 de abril, tres semanas después de abandonar el Fram, Nansen y Johansen se percatan, frustrados, de que se encuentran a sólo 86º y 3’ de latitud norte: han necesitado tres semanas para recorrer tan sólo 87 kilómetros, retrasado por los continuos rodeos provocados por la presencia de altísimos taludes de hielo y el movimiento en dirección sur de la banquisa: caminan sin moverse sobre una blanca cinta de correr.

Desmotivados, los noruegos deciden dar media vuelta y poner rumbo al continente. La Tierra de Francisco José se encuentra a 666 kilómetros de su posición, y durante los dos meses que tardan en recorrer las planicies congeladas del Ártico, deben salvar numerosos canales a bordo de sus kayaks, cargando perros y material durante varias veces al día para seguir avanzando, infatigables, rumbo a tierra firme.

El 24 de julio de 1895, Nansen escribe en su diario:

“Después de dos años, o casi, vemos algo por encima de esa línea blanca del horizonte”.

Tierra a la vista: en el extremo noroeste de la Tierra de Francisco José, Nansen y Johansen topan con un islote al que apodan Eva - Liv, en honor a la mujer e hija del primero. Les quedan dos perros, aunque por suerte, en el archipiélago abundan las focas y los osos que cazarán para reponer fuerzas y vestirse con sus pieles. Uno de ellos estará muy cerca de matar a Johansen, que fue salvado milagrosamente por el certero tiro de Nansen. Los días eran un suplicio, y el objetivo de regresar a Noruega en el menor tiempo posible se convirtió en su única obsesión: el 4 de agosto, forrados en abrigos de piel de oso y cargados con carne seca de foca, los exploradores atan juntos sus kayaks, a modo de catamarán polinesio, y se lanzan a cruzar el archipiélago de Francisco José.

Navegan durante tres semanas en dirección suroeste, recorriendo 185 kilómetros entre icebergs y sobreviviendo al ataque de una morsa. A pesar de sus esfuerzos, el invierno ártico se presenta en agosto, y será a finales de este mes del año 1895 cuando Nansen y Johansen son sorprendidos de nuevo por la banquisa en la isla de Jackson. Resignados a pasar un nuevo invierno en el Ártico, los exploradores decidieron preparar un refugio lo más cómodo e infranqueable: construyeron un refugio excavado en el suelo, cubierto por una mezcla de piedras, musgo y pieles de morsa que aislarían el interior durante los negros meses invernales.

De septiembre a mayo permanecieron encerrados, en una cuarentena gélida donde su única distracción eran las esporádicas visitas de los osos blancos. Fue, sin embargo, un invierno agradable, y Nansen registra en su diario que incluso ganó peso a base de alimentarse de carne de morsa. Reanimados por lo confortable de su refugio en la isla de Jackson, los noruegos parten el 19 de mayo de 1896 rumbo al archipiélago de Spitzbergen, al límite de la banquisa, esperando encontrar alguna persona viva. La búsqueda es infructuosa, y los viajeros dudan de cuanto han avanzado, y si aquellas islas tan similares a las que han dejado atrás no serán las mismas que creyeron haber abandonado.

Durante tres semanas recorren navegando la costa de Spitzbergen, sacudidos por temporales de nieve que hacen de cada día un infierno blanco: no hay rastro de vida, ni se ve más allá de los copos de la ventisca. El buen ánimo obtenido durante el invierno parece evaporarse junto al hielo que cada vez es más fino. De pronto, una morsa se lanza sobre su catamarán y abre una vía en uno de los kayaks, empapando sus ropas y provisiones. Exasperados, buscarán refugio en la costa: el Ártico se encuentra a un paso de vencerlos.

El ataque de la morsa

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El 17 de junio, Nansen, encerrado junto a Johansen en un refugio improvisado, cree escuchar el ladrido de un perro. Después, distingue nítidamente la voz de un hombre. ¿Quién caminará por las remotas nieves del Ártico en pleno verano? Intrigado, Nansen se calza los esquís y parte en busca del dueño de aquel perro. El noruego narra así el encuentro:

"Veo un hombre a lo lejos. Hago señales con el sombrero, y él también. Luego nos estrechamos las manos. De un lado, un europeo civilizado, bien afeitado, de traje deportivo inglés y botas de caucho; del otro, un salvaje vestido con sucios andrajos, negro de grasa y de hollín, con el pelo largo y una barba hirsuta”

El caballero inglés se llama Frederick Jackson, y como un Stanley que encuentra a su propio Livingston, Jackson saluda a Nansen con un educado: “¿No es usted Nansen? ¡Por Júpiter, me alegro de verle!”. Y ambos se dieron la mano protagonizando una imagen que fue inmortalizada al día siguiente por el fotógrafo que acompañaba a Jackson. Dos meses después, Nansen y Johansen se encontraban en Oslo, donde fueron recibidos como héroes por la población, y entre abrazos por los antiguos tripulantes del Fram.

Así concluye el segundo peor viaje del mundo. Ahora que conocemos la epopeya de Nansen, quizás podríamos alegar que a Robert Scott no le atacaron morsas y osos blancos, ni debió luchar en un caminar inmóvil contra los vaivenes de la banquisa. La conquista del Polo Norte sirvió para sentar las bases de las futuras expediciones de la Antártida, y Roald Amundsen, vencedor de la carrera entre Noruega e Inglaterra por la conquista del Polo Sur, tomó buena nota de los métodos de Nansen para preparar su propia expedición. El noruego se armó con perros siberianos, al igual que hizo el joven zoólogo del Fram, siendo este detalle lo que marcaría el éxito de su expedición; Scott, que confió en los ponys británicos, terminaría protagonizando, esta vez sí, el peor viaje del mundo.

Nota del autor: para los lectores interesados en las exploraciones polares, la bibliografía utilizada en este artículo ha sido:

Fritjof Nansen

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