Ciudades Patrimonio de la Humanidad: el plan perfecto para este verano

Hacemos las maletas dispuestos a recorrer la geografía española en 15 paradas repletas de grandes tesoros e inmensas sorpresas.

Ciudades Patrimonio de la Humanidad: el plan perfecto para este verano

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El verano huele a vacaciones, a lugares inexplorados por conquistar. Huele a viajes y a ganas de descubrir; a ropa limpia y bien doblada en la maleta.

El verano huele a parada en la estación de servicio antes de partir; al repostaje que confirma los kilómetros y kilómetros de aventuras que están por llegar. En definitiva, el verano huele a nuevas experiencias que, este año, hemos decidido vivir sin salir de nuestras fronteras: ¿qué necesidad hay de hacerlo cuando aquí lo tenemos todo?

De hecho, por tener, tenemos hasta 15 ciudades declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, que se dice pronto. Un dato que convierte España en uno de los países europeos con más urbes dotadas de este título. Tesoros envueltos en historia y en cultura, en interesantes tradiciones, arquitectura y gastronomía, que hacen que lo único difícil en este bendito cometido que es disfrutar sea decidir por cuál de todas ellas decantarse.

Quizás, ya que hablamos de temporada estival, un buen lugar sea la siempre veraniega Ibiza. El barrio de Dalt Vila, anclado en la zona más alta de la capital, es la clave: ese casco histórico protegido por imponentes murallas renacentistas acoge en sus entrañas todo un laberinto de callejuelas y plazas, de baluartes defensivos y de iconos arquitectónicos, que resumen como ningún otro lugar la esencia ibicenca más auténtica.

Su historia, escrita por cartagineses, púnicos, romanos, musulmanes y cristianos, concentra un crisol de culturas en sus raíces. Pero quien dice Ibiza también dice las maravillosas vistas de su puerto desde la Plaça de la Catedral, el Mercat Vell o una visita a la Necrópolis Púnica de Puig des Molins. La parte lúdica del viaje lleva hasta la Marina, lugar clave de la noche ibicenca más urbanita, y a las playas y calas que rodean la ciudad, joyas como Ses Figueretes o Talamanca son la clave.

Maravillosa Ibiza

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Aunque no solo Ibiza suena a verano: también lo hace San Cristóbal de La Laguna, no lo vamos a negar. Así que desde el Mediterráneo saltamos hasta el Atlántico, donde caemos rendidos ante ese ambiente canario que tanto nos embauca.

Cinco siglos de historia hacen de ella la primera ciudad levantada en la isla de Tenerife y la primera diseñada a cuadrícula con instrumentos marítimos y a cordel. Es también el modelo que siguieron todas esas ciudades coloniales de fachadas coloreadas y calles peatonales que se recrearon durante siglos en las Américas. Con una arquitectura civil y religiosa que maravilla a partes iguales —solo hay que contemplar la Santa Iglesia Catedral Nuestra Señora de los Remedios o el convento Santa Catalina de Siena—, y un entorno natural rebosante de belleza —ahí está el Parque Rural de Anaga—, La Laguna atrapa sin control. ¿Un último detalle? El ambiente que se vive en sus calles, potenciado por los 30 mil estudiantes que acuden cada año a su bicentenaria Universidad, es digno de vivir.

San Cristóbal de la Laguna

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Y precisamente es la palabra universidad la que nos lleva directos a otra de las ciudades de la lista: Salamanca cuenta con una de las más antiguas del mundo. Contemplar su fachada plateresca y buscar la mítica rana entre sus figuras es obligado, pero también lo es admirar la mítica Casa de las Conchas, otro emblema salmantino, o la imponente iglesia de La Clerecía. No hay que olvidar su majestuosa Plaza Mayor, probablemente la más bella de España; sus interesantísimos museos —la Casa Lis es un imperdible—, o el conjunto arquitectónico formado por la catedral Nueva y la Catedral Vieja: símbolos inequívocos de la ciudad castellanoleonesa.

Salamanca: su Universidad, una de las más antiguas del mundo

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Hablamos de catedrales, y ¡ay!, la mente nos hace recorrer la geografía española hasta el norte: vamos hasta Santiago de Compostela, uno de los tres grandes núcleos de peregrinación para el cristianismo junto a Jerusalén y Roma.

Obviamente cualquier visita a la ciudad debe incluir la Praza do Obradoiro, donde entre peregrinos que alcanzan su destino y el ambiente universitario, uno se enamora de la imponente fachada de la catedral, de su Pórtico da Gloria y de ese botafumeiro que, en ocasiones, se deja ver sobrevolando el pasillo central. Pero, además, la ciudad logra combinar de manera magistral lo histórico con lo moderno, ya sea en los edificios de la época medieval de su casco antiguo o en el vanguardista Centro Galego de Arte Contemporánea, obra del portugués Álvaro Siza. ¿Cómo no iba a ser Santiago Patrimonio de la Humanidad?

Santiago de Compostela, peregrinos, historia, buena vida

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Otro hito de la arquitectura son las míticas Casas Colgadas, absolutas protagonistas de Cuenca, esa ciudad castellano-manchega que juega con el equilibrio y la gravedad junto al precipicio del río Huécar de manera única e insólita. Y sí, son la excusa perfecta para visitarla, aunque no la única: a ellas se une el trazado medieval de sus calles que hacen subir y bajar cuestas en busca de la catedral de Santa María y San Julián, de la Plaza Mayor o de sus casonas blasonadas. No hay que dejar, jamás, de cruzar el Puente de San Pablo: contemplar desde allí las vistas de la ciudad es algo único.

Cuenca

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Aunque para panorámica, las que se disfruta, sobre todo al atardecer, desde el mirador de los Cuatro Postes: Ávila, la capital de provincia de mayor altitud de España, se desparrama dentro de su recinto amurallado de manera poderosa. Trazos que reclaman su pasado medieval y que la convierten, con sus muros de hasta 12 metros de altura y sus 88 torreones, en uno de los mejor conservados de Europa. Pasear por sus entrañas rebosantes de romanticismo recuerda que grandes figuras como Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz también las caminaron hace siglos. Entre iglesias, palacios, conventos y un interesantísimo monumento como es el Palacio de Superunda, construido en el siglo XVI y sede de la más amplia colección de obras del artista italiano Guido Caprotti, se alcanza la judería: una maravilla más que hay que visitar.

Ávila

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Precisamente judíos, cristianos y musulmanes convivieron pacíficamente en el corazón de Toledo regando sus calles de reliquias arquitectónicas que hablan por sí solas: no hay nada como pasear su laberíntico casco antiguo para toparse con mezquitas, sinagogas e iglesias y recibir un baño de historia. Hay que caminar por la Avenida de la Reconquista, atravesar la Puerta de Bisagra y dejarse llevar por lo que dicte la ciudad que vio triunfar a El Greco. ¿Una parada obligada? La que lleva hasta 'El entierro del Conde de Orgaz', en la iglesia de Santo Tomé: una de las obras maestras del artista.

Toledo

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Podría decirse que El Greco es a Toledo lo que Cervantes a Alcalá de Henares, otra Ciudad Patrimonio de la Humanidad. ¿Y qué tiene esta para lucir el mérito? Ser el lugar que vio nacer al padre de El Quijote. Pero además fue la primera ciudad diseñada específicamente para acoger una universidad, fundada en 1499; que el Barroco y el Renacimiento se dan la mano constantemente en su casco histórico —ahí están la Casa de Cervantes o el propio Parador de Turismo para demostrarlo—, y que la fachada de uno de sus iconos, el Colegio Mayor de San Ildefonso, es pura magia.

Alcalá de Henares

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Un poco más al sur, en Andalucía, el listado de Ciudades Patrimonio de la Humanidad se amplía: Córdoba, Úbeda y Baeza concentran la belleza de los lugares que se meten en el alma de quien los visita.

La primera es pasado en presente: al pisar el interior de su mezquita-catedral el tiempo se para y la emoción se hace fuerte. Fue levantada entre los siglos VIII y XI, época de máximo esplendor de la ciudad, aunque tiempo después los cristianos construirían una esplendorosa catedral de tintes barrocos, renacentistas y góticos en su interior. No hay duda: no existe un lugar en el mundo igual a este. Aunque la esencia de Córdoba continúa más allá de lo religioso: en sus famosos patios, en las callejuelas de su judería, en su vetusto puente romano y en el Alcázar de los Reyes Cristianos. A varios kilómetros, otro regalo: el conjunto arqueológico de Medina Azahara, también reconocido por la Unesco.

Córdoba

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Apenas 140 kilómetros de carretera flanqueada por un inmenso mar de olivos separan Córdoba de Úbeda y Baeza. Y ambas ciudades, si destacan por algo, es precisamente por ser ejemplo de una increíble arquitectura renacentista.

Por eso recorrer las calles de Úbeda hace que uno se impregne de ese pasado culto y cortesano que ha quedado durante siglos plasmado en sus palacios y torres y, en definitiva, en todo ese espectacular conjunto de edificios que traslada de lleno, aunque sea con la imaginación, al corazón del siglo XVI. Para descubrir la ciudad lo ideal es no perderse enclaves como la Sacra Capilla de El Salvador, la Basílica de Santa María de los Reales Alcázares, el Palacio del Marqués de Mancera o el Hospital de Santiago. Tampoco, por supuesto, la Iglesia de San Isidoro o el Palacio Juan Vázquez de Molina: todas ellas verdaderas obras de arte, aunque solo una pequeña parte del despliegue patrimonial del que presume. Por cierto: su actual Parador, el Palacio del Deán Ortega, es sin duda el lugar en el que todos querrían quedarse a vivir.

Úbeda

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De la ciudad amurallada de Baeza, ocupada por Alfonso VIII en 1212 tras la batalla de las Navas de Tolosa —aunque quien la conquistó definitivamente fue Fernando III—, no solo destaca su historia: también sus grandes joyas arquitectónicas. Y descubrirlas es tan sencillo y gratificante como arrancar un recorrido que lleve desde la Plaza del Pópulo y su Fuente de los Leones a las Antiguas Carnicerías, a la catedral de la Natividad de Nuestra Señora, a la Plaza de la Constitución o al Palacio de Jabalquinto. Gran parte de su esencia se debe a ese legado que aún se respira y que dejaron los íberos, los romanos, los visigodos o los musulmanes, todos ellos pueblos que se establecieron tras caer rendidos a las bondades y a la belleza de Baeza como ahora, en pleno siglo XXI, lo hacen los viajeros que no dudan en visitarla. Y es que sea como sea, para entender su grandiosidad, la experiencia hay que vivirla en primera persona.

Baeza

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Y si las ciudades jienenses son un museo del renacimiento en toda regla, Tarragona lo es del legado romano en la península. No en vano, hablamos de la que fue capital de la antigua Hispania, cuyo pasado se contempla a lo largo del Paseo Arqueológico marcado por las murallas del siglo II a. de C. Inspirar la brisa mediterránea mientras se visita el antiguo anfiteatro o el Circo de Tarraco son experiencias únicas y maravillosas, pero no dejan atrás otras más actuales como disfrutar de las Fiestas de Santa Tecla y de sus castells en la Plaza de la Font cada septiembre.

Tarragona, el gran legado romano

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De romanos sabe también, y mucho, Mérida, una de las ciudades más florecientes del Imperio romano. Y para muestra, sus dos mayores joyas: el anfiteatro y el teatro son excepcionales, sobre todo cuando cada verano este último recupera su función originaria y acoge todo tipo de espectáculos en su escenario. No hay manera más bella de emocionarse en esta ciudad. Pero caminar Mérida también significa toparse con reliquias en cada esquina como el Templo de Diana, el Arco de Trajano o la antigua calzada hallada en la Alcazaba árabe. La ciudad que fundó Octavio Augusto en el 25 a. de C. tenía todo para que la Unesco se fijara en ella.

Mérida

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Y ya que estamos en Mérida, ¿qué tal una parada en su vecina Cáceres? Y es que solo hay que ver el nivel de despliegue patrimonial que esconde en su casco viejo medieval para entender el por qué es una de las 15 ciudades Patrimonio de la Humanidad de nuestro país.. De hecho, no es casual que haya atrapado en incontables ocasiones a productores de cine y televisión que la han elegido para sus metrajes: Juego de Tronos, La Catedral del Mar, Átame de Almodóvar o la serie Isabel fueron solo algunos.

Para empaparse de su esencia lo primero es alcanzar su Plaza Mayor para continuar después por la Torre de Bujaco, el Arco de la Estrella, la Concatedral de Santa María o el Palacio de los Golfines de Abajo.

Cáceres

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Una fiesta de estímulos que no cesará hasta que no se abandone la ciudad… y se ponga rumbo a Segovia.

Su emblema más adulado, el acueducto romano que lleva desde el siglo II siendo protagonista de la estampa segoviana, hace de cicerone y recibe a quien visita la ciudad como el mejor de los anfitriones. Uno entiende entonces que el gran Machado no pudiera resistirse a sus encantos y acabara viviendo en ella unos años…

Pero, a pesar de que se trata de su máximo atractivo —con perdón del cochinillo, pero ese es otro “yantar”—, Segovia se ha ganado su condición de Patrimonio Mundial por otras muchas razones: la majestuosa Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de San Frutos, conocida como “la dama de las catedrales”; sus callejuelas de trazado medieval o el Alcázar son solo algunas de ellas. Un dato más: fue en Segovia donde la mismísima Isabel I se coronó como Reina de Castilla. ¿Qué más excusas hacen falta para animarse a conocerla?